Nos toca carnaval y es tregua. Aquí adentro, las calles
entran en movimiento, por compás o cercanía o perfume. Sigo la caravana que
pulsa. Los ojos solos toman forma de brindis, esa transparencia. No llevo
ningún registro y confundo los saldos del año anterior. Mis trajes y máscaras
son tan finas que van quedando en el suelo, algunas personas juegan con ellas
por un rato. Yo también me guardo amuletos: una banderita azul, una servilleta
con dirección postal y un animal mitológico pequeño. Asoma el sol y me quedo
con esta risa ensortijada, de infancia. Lo nuevo así de frágil o breve, y
también lo queremos.
¿Qué cosa hacemos los días sin carnaval?