viernes, 31 de mayo de 2013


No hay que querer con anestesias porque ese es un querer chiquito, que pasa sin penas ni glorias. Esa es la burguesía del amor, un gremio de farsantes. Amores tímidos no llenan el amor, y en eso no vale andar balbuceando. De qué sirve querer si no es con un poco de espanto, con espasmo, con locura, con ruidos de escapes, con algas, con bosques que crecen verdes para adentro. Querer como prófugos, con abismos, con furia, con mares que rompen olas en la tarde, con fuegos, con mandarinas tirados sobre el cuero del mundo. Hay que querer con aguafuertes tironeando los hilos que atan las nubes en la cueva azul, con ejércitos de locos bombardeando la luna, con fiestas y con los finales de las fiestas. Querer con ciudades que prestan sus bares y sus tangos para que valientes inauguren abrazos y los continúen en callecitas olvidadas. Querer bien querido; y terminar con astillas, con remolinos en los ojos, con púas en los dientes. Terminar en la violenta calma de los domingos un poco melancólicos, un poco huérfanos, casi amputados. Y si llegamos al final llenos de huecos, que haya sido por haber entregado todo lo humano, toda la luz, todos los besos, para insistir otra vez. El querer bien querido se quiere con miedo de extensión inexorable y en plena libertad. Sin remedio, ni garantías, se quiere así. Que sean amores para guiones de cine o que no sean nada. 

lunes, 27 de mayo de 2013


Basuras, mierditas, preguntas absurdas, mala onda gratuita de boluditos confundidos, faltas de respeto, faltas de ortografía, culos mal ubicados, la puteada de un taxista, periodistas anunciando el fin de los tiempos, meteorólogos que anuncian mal tiempo. Negativos negros, cuervos. El precio de los puchos, el precio de los besos. Los maltratadores, los matadores, los negadores, los cagones de siempre. Los que no bailan, los que no toman vino, los que no ríen.

Existe ese lado del mundo y existe la resistencia. Y existe la diferencia. Por fortuna. 


Siempre después del amor 
se hace de noche sobre mi mano.

Ocurre una muerte de piano 
que me espanta; 
fantasmas de todas las comarcas 
me entierran en el suelo del río.

No duele, 
simplemente deja de ser, 
para ser otra cosa.

Las guardianas de la noche se agrupan en constelaciones,
bailan con fuego en las esquinas de mi antiguo nombre.


La correntada abre espacios nuevos que había olvidado, 
limpia a empujones,
se lleva lo ya no sirve, 
inaugura una nueva pecera para que naden mis huesitos.


Yo peleo rabiosamente 
hasta que llega un pescador recién nacido
que me levanta del agua, 
me bautiza, 
me nombra otra vez.

Un hombrecito, 
demorado por el vino, 
estaba en la costa esa noche y miró el cielo.
Creyó que era año nuevo, pero no lo era.

Yo trepaba la humedad.