No existe invento mejor que la danza para todo tipo de dilema. Un lindo bailecito antes de dormir, después de comer, vuelta a la manzana con perrito y cumbia barrial, luego rumba y cepillado dental, o caminata ya más larga con firulete, giro vertebral y adiosnorecuerdotunombre, deditos que persiguen un compás imaginario, un traslado de peso para subir al 22, cadera presente, hombros presentes, tendones presentes, salto modesto, doña que disimula hasta la rodilla su contagio, carnecitas que se alargan, barriga sueltita, en cambio corazón entallado, nervio refucila en un empeine, contractura cervical que retrocede, cruje un hueso y retumba todo lo esquelético, endorfina santa y gloriosa invade torrente, entran las músicas invitadas, un carreteo y ya estamos en el aire dice una azafata.
Pegar la vuelta riendo sola y con la remera totalmente mojada, es decir por este cuerpo pasó una danza, acabo de salir de un aeropuerto... El equipaje es un cansancio liviano...
Es que la risa final, solitaria, bien vivida también es una ronda feliz, un giro en la comisura.
Así es bailar en el litoral.