Puedo hacer círculos de humo en la noche. Nadar en su
recipiente azul.
Recorrer lentamente la distancia de una amputación perfecta,
casi dibujada, la mitad hecha polvo o agua –quién sabe-.
Puedo estirar el suspiro y revolver el silencio que cae como
el roció a eso de las 19. 45 sobre el recorte de los edificios vecinos. Mirar
la noche con los ojos de un huérfano te hace ver la ciudad cada día como recién
nacida. Un espectáculo unipersonal gratuito y sanador.
Contemplo como se levanta la luna desde su cueva, lejos,
detrás del río y más allá. Desde mi tercer piso, ventana, contrafrente miro los
insomnes que prenden sus cigarros y tiran las migas del mantel al vacío en
plena clandestinidad.
Tengo un extraño romance con esas ventanas.
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