lunes, 27 de mayo de 2013



Siempre después del amor 
se hace de noche sobre mi mano.

Ocurre una muerte de piano 
que me espanta; 
fantasmas de todas las comarcas 
me entierran en el suelo del río.

No duele, 
simplemente deja de ser, 
para ser otra cosa.

Las guardianas de la noche se agrupan en constelaciones,
bailan con fuego en las esquinas de mi antiguo nombre.


La correntada abre espacios nuevos que había olvidado, 
limpia a empujones,
se lleva lo ya no sirve, 
inaugura una nueva pecera para que naden mis huesitos.


Yo peleo rabiosamente 
hasta que llega un pescador recién nacido
que me levanta del agua, 
me bautiza, 
me nombra otra vez.

Un hombrecito, 
demorado por el vino, 
estaba en la costa esa noche y miró el cielo.
Creyó que era año nuevo, pero no lo era.

Yo trepaba la humedad.

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