Con vocación
de árbol
dejo caer
imágenes tuyas
sobre la ventana que da al otoño en esta
comarca.
[Debe ser la
época de la desnudez, quién sabe]
Imágenes frescas,
como la noche que se oleó a lo oscuro antes de ayer.
Sobre vos
todos son enunciados en la brevedad,
instantáneas
sobre tu boca y otros acordes
que repaso
mientras celebro los golpes de suerte y de aires.
Allí está tu
resplandor,
el vértigo,
la delicia,
todo lo que
me traigo de vos, y a veces desojo.
Allí todo lo
encantador e inobjetable:
que en una
mano tuya, caben muchas de mis manos;
que en el
tiempo que demora el disco podés besar muchas veces;
que hasta
que no amanece no te desprendés de la risa;
que cuando
me voy parecés más niño que antes.
También hago
algunas conjeturas sobre la ternura,
sobre lo que
ocurre en el presente,
sobre la
naturaleza de la fantasía.
No me
preocupa que sea ridículo
y un tanto
evanescente.
Muerdo algunas
palabras para no tardarme en trampas emocionales
me muerdo los
labios, los bolsillos...
para que
seas una celebración sin pretensiones,
un enunciado
que no se conjuga,
algo que se
recibe sin emboscadas intelectuales.
Esa cualidad
es lo que te salva del tiempo,
de la
fundación conceptual,
y me deja en
libertad
para soltar tus
rastros sobre la ventana que da a la calle, que tiene otoño, que trae luz.