Temprano helaba, y sonreí.
Como a las ocho y pico tenía trámites
pendientes, un tour de mesas de entradas con secretarias antipáticas, pero el
corazón no me defraudó.
Sobre la diagonal de la plaza, esa
que te encontrás como si quisieras irte corriendo hasta la ventana que da al río,
[esa...¿te ubicás de cuál hablo?] allí, el sol encandila. La vereda se
despereza, se quita las esquirlas de la noche y te las tira por la cara hasta
que se vencen las pestañas. Caminar a
ciegas y tomar sol helado. Una pequeña
gloria personal, ya que en el verano el sol me aburre. [Pero a las ocho y pico,
después ya no].
Temprano temblaba queriendo
desenredar los cables del auricular. Entre
la impericia de mis dedos abrigados y el apuro por ponerle banda sonora a la
ciudad pasaron varias cuadras. Siempre el mismo ritual. ¿Yo? Perdiendo, claro. Metí
las manos en los bolsillos y encontré los tesoros del último invierno en el
abrigo: papelitos con direcciones, "menthopluses" y un beso todavía
re utilizable. ¿Resultado? Vamos mejorando.
En la verdulería, unos pibes
ordenaban por tonos las naranjas de un cajón. Recordé que en mi pueblo decían
que con las heladas los cítricos
endulzan, ¡y qué ganas de escribir! ["¿qué cosa le causa gracia a la
loquita esta?" se preguntaron y siguieron trabajando].
De camino, encontré gente, estatuas
y perros en trampas de lana. Lo cierto es que tardé siete canciones de mi lista
urbana anti desánimo en llegar a ese sitio a dónde iba, y ya tenía el esqueleto
perfectamente templado de felicidad. Indemne atravesé el túnel cotidiano de comentarios
del día sobre las bajas temperaturas y cierres de listas electorales.
Para el medio día, ya había
confirmado que mi alegría es un insulto para varios, y me importó poco, porque
este invierno los cítricos estarán dulces, las palabras se desprenderán de las
bufandas y los soles serán generosos como para pintar cuadros. No, no; yo no
pinto, no. Sólo ensayo alegorías. En la calle no suelo llevar anotadores,
entonces hay que esperar a regresar a casa, y soltar la boina, y desamarrar los
rulos, y balbucear lo que he sentido,
que no es grandioso, pero sí lo es: multitudes de ojos acuarelados por la
humedad; la última fina piel mostrando sus verdades y sus grietas al aire
fresquísimo; lo conmovedor del olor que hace entibiar las tripas; la
celebración de la existencia de chocolates y fuegos; los detalles mínimos y
encantadores de una temporada con mala prensa. Algunos testimonios antojadizos de
andar vivo y anónimamente feliz.
Después llamó una amiga por
teléfono y me dijo "seguro que vos andás contenta con el frío".