Ventana (una mudanza)
Un rectángulo de libertad marcado
sobre el cuerpo.
Líneas de sol con la medida
exacta de las rendijas de la persiana.
La costumbre de soltar siempre la
mirada al río, por el contra frente, y suspenderla hasta sentir el agua;
el correr hasta la costa para
abrazar la arena.
Por la noche, un continente de
momentos habitados,
la huella de mis uñas trepando
hasta meter la cara en la nocturnidad,
y la intimidad de mis vecinos,
[todos desconocidos y todos
anónimos].
La fortuna de coleccionar
tormentas grandiosas.
Gotas de lluvia resbalando por el
vidriado
Margen de una siesta en pleno
invierno.
El vértigo al vacío, y el olvido
del vacío.
Espiar si aparece una banderita
justo en el hueco de luz de la calle lateral, y recordar que cuando camino esa
vereda siempre miro mi ventana, por si me veo mirando el río o la lejanía o la
banderita…
Ojalá pudiera llevarme una
fotografía del aire que me baila las cortinas, o las luces de los vecinos, o el
azul de un relámpago que va a morirse cerca. Supongo que serán próximos
desafíos memoriales.
Mis últimos soliloquios en esta
boca del mundo con vos son para decir gracias, y que ojalá el cielo, la noche,
la tormenta y la siesta se vean justamente así desde la ventana que sigue.
Una última cosa: deseo que el
próximo habitante contemple al menos un poquito de todo este convite. Algún día
compartiremos puntos de vista sobre la topografía urbana, sobre las aberturas
al infinito, sobre lo que nos llevamos cuando nos vamos. Y que, seguramente, re
editamos la felicidad sobre una idea exquisitamente simple que alguna vez nos
hizo feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario