jueves, 2 de octubre de 2014


Ventana (una mudanza)

Un rectángulo de libertad marcado sobre el cuerpo.
Líneas de sol con la medida exacta de las rendijas de la persiana.
La costumbre de soltar siempre la mirada al río, por el contra frente, y suspenderla hasta sentir el agua;
el correr hasta la costa para abrazar la arena.
Por la noche, un continente de momentos habitados,
la huella de mis uñas trepando hasta meter la cara en la nocturnidad,
y la intimidad de mis vecinos,
                [todos desconocidos y todos anónimos].
La fortuna de coleccionar tormentas grandiosas.
Gotas de lluvia resbalando por el vidriado
Margen de una siesta en pleno invierno.
El vértigo al vacío, y el olvido del vacío.

Espiar si aparece una banderita justo en el hueco de luz de la calle lateral, y recordar que cuando camino esa vereda siempre miro mi ventana, por si me veo mirando el río o la lejanía o la banderita…

Ojalá pudiera llevarme una fotografía del aire que me baila las cortinas, o las luces de los vecinos, o el azul de un relámpago que va a morirse cerca. Supongo que serán próximos desafíos memoriales.
Mis últimos soliloquios en esta boca del mundo con vos son para decir gracias, y que ojalá el cielo, la noche, la tormenta y la siesta se vean justamente así desde la ventana que sigue.

Una última cosa: deseo que el próximo habitante contemple al menos un poquito de todo este convite. Algún día compartiremos puntos de vista sobre la topografía urbana, sobre las aberturas al infinito, sobre lo que nos llevamos cuando nos vamos. Y que, seguramente, re editamos la felicidad sobre una idea exquisitamente simple que alguna vez nos hizo feliz.

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