miércoles, 29 de abril de 2020

Desde hace un tiempo solo escribo sobre perros.
Nada felino me sale de adentro 
porque tengo un costado sin cicatrizar.


Decía, prefiero un texto que mueva la cola
que salte y me embarre
palabras que aturdan
insistentes.
Que me enreden con su correa
y me tumben 
como le pasó a mi abuela
que se quebró todos esos huesos
y sin embargo sonreía.


Elijo sílabas que salgan a defenderme
que le claven los incisivos al enemigo.
Que nadie golpee las manos a la siesta 
ni sé arrime al tapial.


Me gusta esa alegría perruna
que da la pata
que devuelve el palito 
y se repite 
y se repite.


Letras que exigen salir a pasear
y reconocer el terreno.
Morder los renglones
y que se levanten 
todos los pelos del lomo
hasta dejar la escritura irreconocible.


Un manto negro me acompaña en las madrugadas,
sugiere correcciones
apunta 
molesta.
A veces creo 
que él necesita más de mí
que yo de él.


Estaremos siempre juntos;
porque entre el baldío y el patio de alquiler pequeño
el perro me prefiere.
Vendrá a buscarme
hasta el fondo de la tierra 
siguiendo mi olor,
y yo silbaré 
-rastro de sonido-
porque así se hablan los amigos
y se escriben algunas poesías.


Yo, 
que siempre fui del bando contrario,
tengo una jauría adentro.



Gracias animales por educarnos a nosotros les humanos la especie defectuosa

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