Desde hace un tiempo solo escribo sobre perros.
Nada felino me sale de adentro
porque tengo un costado sin cicatrizar.
Decía, prefiero un texto que mueva la cola
que salte y me embarre
palabras que aturdan
insistentes.
Que me enreden con su correa
y me tumben
como le pasó a mi abuela
que se quebró todos esos huesos
y sin embargo sonreía.
Elijo sílabas que salgan a defenderme
que le claven los incisivos al enemigo.
Que nadie golpee las manos a la siesta
ni sé arrime al tapial.
Me gusta esa alegría perruna
que da la pata
que devuelve el palito
y se repite
y se repite.
Letras que exigen salir a pasear
y reconocer el terreno.
Morder los renglones
y que se levanten
todos los pelos del lomo
hasta dejar la escritura irreconocible.
Un manto negro me acompaña en las madrugadas,
sugiere correcciones
apunta
molesta.
A veces creo
que él necesita más de mí
que yo de él.
Estaremos siempre juntos;
porque entre el baldío y el patio de alquiler pequeño
el perro me prefiere.
Vendrá a buscarme
hasta el fondo de la tierra
siguiendo mi olor,
y yo silbaré
-rastro de sonido-
porque así se hablan los amigos
y se escriben algunas poesías.
Yo,
que siempre fui del bando contrario,
tengo una jauría adentro.
Gracias animales por educarnos a nosotros les humanos la especie defectuosa
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